jueves, 9 de diciembre de 2010

Jesús: el nombre eterno



“Será su nombre para siempre.”
Salmo 72:17

"La religión del nombre de Jesús permanecerá para siempre
Bien, antes que un solo cabello de mi cabeza se torne gris, el último propugnador del secularismo se habrá marchado; antes de que muchos de nosotros cumplamos cincuenta años, una nueva infidelidad habrá aparecido, y a quienes preguntan: "¿dónde estarán los santos?" les podemos preguntar: "¿dónde estás tú?" Y ellos responderán: "hemos cambiado nuestros nombres." Habrán cambiado sus nombres, habrán asumido una fresca figura, se habrán vestido con una nueva forma de mal; pero su naturaleza todavía será la misma, oponiéndose a Cristo, y esforzándose por blasfemar Sus verdades.

{...}

¿Qué pueden tener, entonces? Nada. No hay nada que pueda sustituir al cristianismo. ¿Qué religión le vencerá? No hay ninguna que se pueda comparar con el cristianismo. Si recorremos todo el globo terráqueo y buscamos desde Inglaterra hasta el Japón, no encontraríamos ninguna religión tan justa para Dios y tan segura para el hombre.

Le preguntamos al enemigo una vez más. Supongamos que encontráramos una religión que fuera preferible a la religión que amamos, ¿por qué medios aplastarías a la nuestra? ¿Cómo te desharías de la religión de Jesús? Y ¿cómo suprimirías Su nombre? Seguramente, señores, no pensarían nunca en la vieja práctica de la persecución, ¿o sí? ¿Probarían una vez más la eficacia de la pira y de la hoguera, para quemar el nombre de Jesús? ¿Probarían el potro de tormento y los tornillos insertados en los pulgares? ¿Nos aplicarían otros instrumentos de tortura? Inténtenlo, señores, y no apagarán al cristianismo.

Cada mártir, mojando su dedo en su propia sangre, escribiría al morir sus honores en el cielo, y la misma flama que se elevaría al cielo engalanaría las nubes con el nombre de Jesús. Ya se ha probado la persecución. Recordemos los Alpes; dejen que hablen los valles del Piamonte; dejen que Suiza dé su testimonio; que hable Francia, con su noche de San Bartolomé, e Inglaterra con todas sus masacres. Y si no han podido aplastarla todavía, ¿esperan poder hacerlo? ¿Sí lo esperan? De ningún modo. Podríamos encontrar mil personas, y diez mil si fuese necesario, que estarían prestas a marchar a la hoguera mañana: y cuando fueran quemadas, si pudieras ver sus corazones, verías que en cada uno de ellos está grabado el nombre de Jesús. "Será su nombre para siempre;" entonces, ¿cómo podrán destruir nuestro amor por Él?

{...}
El honor de Su nombre permanecerá para siempre
No podemos renunciar nunca a ese nombre. Dejemos que el unitario tome su evangelio sin una Deidad en él; dejemos que niegue a Jesucristo; pero mientras los cristianos, los verdaderos cristianos, vivan, mientras nosotros gustemos que el Señor sea lleno de gracia, y tengamos manifestaciones de Su amor, visiones de Su rostro, susurros de Su misericordia, seguridades de Su afecto, promesas de Su gracia, esperanzas de Su bendición, no podemos cesar de honrar Su nombre.

Pero si todas estas cosas desaparecieran; si nosotros cesáramos de cantar Su alabanza, ¿sería olvidado acaso el nombre de Jesucristo? No; las piedras cantarían, las colinas formarían una orquesta, las montañas saltarían como carneros, y los cerros como ovejas, ¿acaso no es Él su creador? Y si estos labios, y los labios de todos los mortales se volvieran mudos en un instante, hay suficientes criaturas aparte de nosotros en este ancho mundo. Si así fuera, el sol dirigiría al coro; la luna tocaría su arpa de plata, y cantaría acompañando su melodía; las estrellas danzarían en sus rutas preestablecidas; las profundidades sin límites del éter serían el hogar de muchas canciones; y la inmensidad vacía estallaría en una gran exclamación: "Tú eres el glorioso Hijo de Dios; grandiosa es Tu majestad, e infinito Tu poder."

¿Puede ser olvidado el nombre de Dios? No; está pintado en los cielos; está escrito en las inundaciones; los vientos lo susurran; las tempestades lo proclaman; los mares lo cantan; las estrellas lo brillan; las bestias lo braman; los truenos lo despliegan con estruendo; la tierra lo grita; y el cielo sirve de eco. Pero si todo eso desapareciera, si este grandioso universo se disolviera todo en Dios, de la misma manera que la espuma se disuelve en la ola que la acarrea, y se pierde para siempre, ¿sería olvidado Su nombre? No. Vuelvan sus ojos hacia aquel lugar allá; vean la tierra firme del cielo. "Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son, y de dónde han venido?" "Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo." Y si estos desaparecieran; si la última arpa de los glorificados hubiera sido tocada por los postreros dedos; si la última alabanza de los santos se hubiera extinguido; si el último aleluya hubiera resonado a lo largo de las bóvedas del cielo ya desiertas, vueltas lúgubres para entonces; si el último inmortal hubiera sido sepultado en su tumba (si existieran tumbas para los inmortales) ¿cesaría entonces Su alabanza? No, ¡cielos! no; pues allá están los ángeles; ellos también cantan Su gloria; a Él, los querubines y los serafines entonan himnos sin cesar, cuando mencionan Su nombre en ese coro tres veces santo: "Santo, santo, santo, Señor Dios de los ejércitos."

Pero si éstos perecieran; si los ángeles fueran barridos, si el ala del serafín no volviera a agitar el éter; si la voz del querubín no volviera a cantar nunca su soneto ardiente, si las criaturas vivientes dejaran de cantar su coro eterno, si las mesuradas sinfonías de gloria se extinguieran en el silencio, ¿estaría perdido Su nombre entonces? ¡Ah! no; pues Dios se sienta en Su trono, el Eterno, Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Y si todo el universo fuera aniquilado, aún se escucharía Su nombre, pues el Padre lo oiría, y el Espíritu lo oiría, y permanecería grabado profundamente sobre el mármol inmortal de la roca de las edades: Jesús el Hijo de Dios; igual con Su Padre. "Será su nombre para siempre."

{...}

Y también permanecerá el poder de Su nombre. ¿Quieres saber en
qué consiste? Déjame decírtelo. ¿Ves a aquel ladrón allá colgado de una
cruz? Mira a los demonios al pie de ella, con sus bocas abiertas,
haciéndose ilusiones con el dulce pensamiento que otra alma les dará
alimento en el infierno. Mira al pájaro de la muerte, batiendo sus alas
sobre la cabeza de ese pobre infeliz; la venganza pasa y lo sella con el
sello de su propiedad; en lo profundo de su pecho está escrito: “un pecador
condenado;” en su frente hay un sudor pegajoso, colocado allí por
la agonía y la muerte. Mira a su corazón: está sucio con la costra de
años de pecado; el humo de la lascivia permanece dentro, en negros
festones de tinieblas; su corazón entero es el infierno condensado.
Ahora míralo. Está muriéndose. Un pie parece estar en el infierno; el
otro se tambalea en vida: sólo sostenido por un clavo. Hay un poder en
el ojo de Jesús. Ese ladrón mira: susurra: “Señor, acuérdate de mí.”
Vuelve a mirar allí. ¿Ves a ese ladrón? ¿Dónde está ese sudor pegajoso?
Allí está. ¿Dónde está esa horrible angustia? Ya no está allí. Hay una
clara sonrisa en sus labios. Los demonios del infierno, ¿dónde están?
Ya no hay ninguno: más bien un luminoso serafín está presente, con
sus alas extendidas, y sus manos listas para arrebatar esa alma, convertida
ahora en una joya preciosa, y llevarla a lo alto, al palacio del
grandioso Rey.
Mira dentro de su corazón: está blanco de pureza. Mira su pecho: ya
no está escrita la palabra: “condenado,” sino: “justificado.” Mira en el
libro de la vida: su nombre está grabado allí. Mira en el corazón de Jesús:
allí, en una de las piedras preciosas, Él lleva el nombre de ese pobre
ladrón. ¡Sí, una vez más, mira! ¿Ves a ese ser brillante en medio de
los glorificados, más luminoso que el sol, más claro que la luna? ¡Ese es
el ladrón! Ese es el poder de Jesús; y ese poder permanecerá para
siempre. Quien salvó al ladrón, pueda salvar al último hombre que viva
sobre la tierra; pues todavía"


Sermón n° 27 predicado por Charles H. Spurgeon el 27 de Mayo de 1855


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